La pista de baile se fue llenando de parejas conforme la luz comenz贸 a atenuarse y las primeras notas salieron suspiradas de lo que parec铆a ser el cielo.
En el centro, con un destello especial, los novios, incapaces de dejar de mirarse los ojos, se deslizaban sobre el ligero peso de la felicidad al comp谩s de una sonrisa perpetua. Su espectro en los ventanales les hac铆a flotar por el cielo nocturno, rodeados de estrellas, tan cerca del mundo de los sue帽os, que todo lo que les rodeaba comenzaba a hacerse invisible.
La sucesi贸n de valses anim贸 cada vez a m谩s invitados, mientras en una de las esquinas un grupo de veintea帽eras desemparejadas esperaban a que alguno de los t铆midos jovenzuelos se decidiera a sacarlas a bailar y as铆 poder lucir sus vestidos a cambio de recibir alguna pisada en sus zapatos.
La sala se fue rejuveneciendo a medida que la selecci贸n de canciones abandon贸 los estilos cl谩sicos y su disciplina de movimientos. Olvidadas las verg眉enzas iniciales, la espontaneidad y la naturalidad elevaron la calidad de los bailes, la variedad de estilos, la exaltaci贸n de las amistades y el cruce de miradas.
Hasta que una suave melod铆a nacida de la caricia de las cuerdas de una guitarra, fundi贸 a los invitados de nuevo en parejas. Una de ellas, apartada de la gente y de la realidad, viv铆a de forma especial esos minutos de intimidad casi sin atreverse a mirarse a los ojos a pesar de que la proximidad les obligaba a ello, como si se tratase de un compromiso que ansiaban padecer, como si aquella canci贸n se hubiese inspirado en ese momento.
Cada giro se convert铆a en una imagen que difuminaba en el fondo al resto de parejas y dejaba perfectamente n铆tida aquella tez delicada y hermosa.
Con los sentimientos desliz谩ndose por su piel y llegando al momento clim谩tico de la balada, 茅l cerr贸 sus ojos y dej贸 que la inercia de la melod铆a guiase sus pasos, hasta que sinti贸 c贸mo la m煤sica se desvanec铆a y sus manos quedaban suspendidas en espacio vac铆o. Abri贸 los ojos de nuevo a pesar de saber que ella ya se hab铆a ido.
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